Michelle Bachelet salió de la reunión del Comité de Emergencia con el rostro sombrío. "Estamos ante una catástrofe impensable", dijo la presidenta chilena. El silencio fue sobrecogedor en el Palacio de la Moneda, donde el "megaterremoto" también dejó su marca en la fachada principal. Dentro, la prensa esperaba saber cuántas personas habían muerto por la furia de la tierra. Bachelet miró sus papeles: "708, pero los números van a seguir creciendo". La intuición de las autoridades que allí la rodeaban se basa en dos datos irrefutables: todavía no se sabe cuántos desaparecieron o están debajo de los edificios que se cayeron en la madrugada atroz del 27 de febrero por el seísmo de 8,8.

Cuando Bachelet se dirigió al país, los medios de comunicación desmentían la inminencia de un nuevo tsunami frente a Valparaíso, hablaban de la última réplica de seis grados, cerca de Talca, del miedo de los que durmieron a la intemperie y los que auscultaban las piedras buscando latidos de vida, y de los saqueos y actos pillaje en las zonas más devastadas, como Concepción. "Es que los niños no tienen que beber: están tomando agua contaminada del río Bío-Bío", aducía una mujer pescada con las manos en la masa a la salida de un supermercado. Otros se llevaban televisores o zapatillas.

 CONTROL DE LOS MILITARES Bachelet resolvió entonces decretar el estado de excepción en Concepción y Maule, donde murieron 500 personas, y darle a los militares las atribuciones necesarias para garantizar el orden público, lo que incluye la declaración del toque de queda en los próximos 30 días. Unos 10.000 uniformados fueron destinados al epicentro del cataclismo, al sur de Santiago. Las Fuerzas Armadas se encargarán además de acelerar la distribución de la ayuda, levantar los hospitales de campaña, controlar la situación en las cárceles, despejar los escombros y acelerar la identificación y el rescate de los cadáveres.

La medida extrema se tomó después de oír a la alcaldesa de Concepción, Jacqueline van Rysselberghe. "Estamos sin luz, sin alimentos y al borde de una explosión social", dijo. Tras escucharla, la presidenta ordenó a los supermercados entregar gratis y de forma ordenada "los productos de primera necesidad".

Dos millones de damnificados. Quinientas mil casas con daños severos y un millón más afectadas. "El daño de la infraestructura es enorme", reconoció Bachelet. Los principales problemas están en la carretera 5 Sur, el aeropuerto internacional, las autovías que circundan a Santiago, los puertos y el sistema de comunicaciones. Las primeras estimaciones sobre las pérdidas económicas se sitúan en 30.000 millones de dólares.

Cuando Haití quedó asolado por el temblor, Chile, por su experiencia en este tipo de desgracias de la naturaleza, fue uno de los países más activos de América Latina en llevar la ayuda a Puerto Príncipe. Pocas semanas más tarde, Bachelet pide la colaboración internacional para afrontar el desastre interno.

Mientras, miles de personas realizaban el inventario de lo que había dejado la desolación. "Esta es una pesadilla de la que quieres despertar, pero no puedes", dijo una mujer.

La vida cotidiana se graba en las cámaras de seguridad que, como un gran ojo, ve y delata las anomalías. "No podía caminar y no sabía si era porque no podía o porque sin darme cuenta no quería", dijo el entrenador de la selección chilena de fútbol, el argentino Marcelo Bielsa. Estaba en Santiago y no tuvo miedo. "Todo lo contrario. Hacía las cosas como con desinterés... En ese instante daba la apariencia de un montaje obvio de película clase B". Bielsa sabía la verdad: "Ni era un montaje, ni se trató de una película".