Camping en la Puerta del Sol por los "sin techo" Imprimir

SOLIDARIDAD | Unas 70 personas duermen allí

Vídeo: Roberto Cárdenas

¿Con qué sueña la gente sin hogar que duerme cada día en los portales, bancos y parques de Madrid? ¿Con una cama caliente, sopa, tiempos mejores?

Unas 70 personas optaron por pasar la noche del viernes al sábado en la plaza de la Puerta del Sol para averiguar la respuesta a esta pregunta. La iniciativa pretendía devolver la visibilidad a un colectivo que vive una situación de exclusión social expuesto a todo tipo de riesgos.

La propuesta no pasó desapercibida. Los miles de madrileños que se desplazaban a las zonas de ocio se encontraron con un campamento en pleno centro de la ciudad. Al pie de la estatua ecuestre de Carlos III que domina la plaza, se improvisó un asentamiento compuesto por cartones, esterillas y sacos de dormir en el que docenas de personas se apretujaban intentando darse calor para pasar la noche.

Casi todos los presentes eran veinteañeros pertenecientes a Solidarios o Acción en Red, las dos ONG responsables de la idea. Ambas organizaciones suelen visitar cada semana a los sin techo de la capital ofreciéndoles café, galletas y conversación.

Pero no fueron los únicos. Alrededor de 20 mendigos también se animaron a compartir la noche con ellos, en un esfuerzo por apoyar las reivindicaciones de los activistas que, por otra parte, también son las suyas.

'¿De qué va esto?'

La acampada comenzó a las ocho de la tarde. A esas horas lo ánimos eran altos. A pesar de los siete grados reinantes, el éxito de la convocatoria parecía ser evidente. Cientos de transeúntes querían saber "de qué iba esto".

Con el lema "podrías ser tu, únete a nosotros", los voluntarios denunciaban la situación de miles de indigentes que duermen al raso en condiciones precarias. "Mucha gente muere en las calles cada invierno mientras la sociedad mira hacia otro lado. Hoy estamos aquí para estar más cerca de ellos", explicaba una joven.

La curiosidad que despertó este pequeño dormitorio al aire libre no disminuyó en ningún momento de la noche. Se acercaron todo tipo de personas: vecinos, paseantes, turistas y, por supuesto, juerguistas medio borrachos. Estos últimos se hicieron más habituales a medida que pasaban las horas y los distintos bares de la zona se iban llenando.

Sin incidentes

No obstante, no hubo que lamentar incidentes. De esto se ocupaba José, una de las personas sin hogar que se había sumado a la iniciativa y que patrullaba el perímetro del camping armado con un bastón. Cada vez que alguna persona ebria pretendía pasarse de lista la ahuyentaba con unas palabras bien escogidas.

Su preocupación venía de experiencias pasadas. Hace unos años, este hombre vio cómo unos desalmados mataban de una paliza a un compañero y a él le rociaban con gasolina.

Respecto a la pregunta original "¿Qué se sueña en una acera?", lo cierto es que pocos de los presentes fueron capaces de darle una respuesta. Al frío creciente se unieron unos pequeños riachuelos de agua provenientes de los riegos que, para consternación de todos, alcanzaron el campamento. En poco tiempo los cartones empezaron a empaparse y la niebla que cayó a las cinco de la mañana tampoco ayudó a mitigar el frío atroz que penetraba hasta los huesos.

Estas duras condiciones reafirmaron aún más las convicciones de los voluntarios que insistieron en la necesidad de incrementar el número y la calidad de los recursos destinados a los indigentes. "Este año ya han muerto 73 personas", comentó un responsable de Solidarios. "No es cierto que no quieran trabajar. Cualquiera puede acabar en la calle, basta con sufrir una serie de circunstancias adversas", dijo.

A su vez, el activista denunció que este colectivo es incapaz de acceder a ciertos derechos como la salud, la seguridad o la cultura por no tener domicilio. "No pueden pedir cita con su médico porque no tienen tarjeta sanitaria, sólo reciben atención especializada si entran por Urgencias. Ni siquiera pueden votar al no estar empadronados", concluyó.

Por fin, a las siete de la mañana, se levantó el campamento pero, entre las campanadas del reloj, la iluminación de la plaza y el follón que montaban los borrachos, sólo los mendigos de verdad habían podido dormir del tirón. El resto, a los que se distinguía por la calidad de sus sacos de dormir, tuvieron que contentarse con una duermevela acompañada del frío constante y de la incomodidad del duro suelo.

Entre bostezos, ojos legañosos y crujidos de cervicales, los voluntarios se prepararon para marcharse, pero no sin antes dejar en la plaza alrededor de 40 plantas. Las pequeñas macetas contenían pensamientos y llevaban una etiqueta adherida que rezaba «si no tengo hogar moriré en la calle». Los promotores de la idea esperaban que sirviera de homenaje a aquellos que ya han fallecido lejos de un hogar.

A pesar de haber pasado la noche al sereno, estos indigentes amateur eran muy conscientes de que, a todos ellos, les esperaba en sus respectivas casas una cama de sábanas limpias con un mullido colchón.

Nada que ver con la realidad de Enrique, Félix, Demetrio o José, cuatro de los mendigos que acompañaron a los voluntarios. Para ellos, el amanecer sólo significó otra jornada para buscarse la vida a ver si, con suerte, un día de éstos consiguen salir de la calle.

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